La crisis de COVID-19 es una oportunidad de resiliencia para las ciudades
La expansión global del COVID-19 ha convertido a las ciudades en los principales escenarios de respuesta frente al virus y sus efectos en cascada sin precedentes, los cuales han afectado a todos los sectores, en todos los niveles. Ante ello, es necesario una comprensión de la nueva realidad que incluya o abarque aspectos colaborativos, intersectoriales e integrales que abarquen la gobernanza del riesgo y sus factores subyacentes.
Esto es aún más relevante en una región como la de las Américas y el Caribe, donde el 81% de la población vive en ciudades y que espera que para 2050 más del 90% de la población sea urbana. Hoy el 25% de la población urbana de la región vive en asentamientos precarios y vulnerables, con factores de disparidad social, política y económica. De acuerdo con datos recientes de CEPAL, casi un 31% de la población de la región se encuentra en línea de pobreza, mientras que un 11.5% vive en pobreza extrema. Los efectos de COVID-19 aumentarán más aún estas brechas, con una contracción esperada de -5.3% para este año; la recesión más grande en la región en más de 100 años.
“La pandemia nos muestra la naturaleza sistémica de los desastres. Por ejemplo, en nuestras ciudades se han acentuados las crisis en servicios básicos, afectando especialmente a las poblaciones vulnerables”, asegura Mami Mizutori, Representante Especial del Secretario General de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres y Jefe de la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR), durante el Webinar 'Las ciudades de las Américas y el Caribe frente a COVID-19. Ciudades Resilientes'.
Añade que “este escenario nos llevará a revisar nuestro mundo moderno y la organización de nuestras ciudades, desde la gobernanza, la inversión, la producción y el consumo, hasta nuestra relación con la naturaleza y entre nosotros, poniendo la reducción de riesgos en el centro de la misma. Nos da la oportunidad de repensar las ciudades y comprender que superar los grandes retos que se enfrentan en el ámbito de la reducción del riesgo de desastres, significa también garantizar la sostenibilidad del desarrollo”.
En las respuestas de las ciudades a la pandemia se ha hecho evidente la priorización hacia proyectos y programas que incidan en el crecimiento sostenible y la inclusión de infraestructuras y empleos verdes y azules que promuevan el contacto con la naturaleza. COVID-19 ha revelado, además, la precariedad de los sistemas de los que dependen el comercio, los alimentos, la energía, el transporte y las redes de seguridad social. Son las deficiencias de estos mismos sistemas las que exacerban las condiciones para que un virus surja, se propague y se convierta en una catástrofe mundial. Esta nueva comprensión de interdependencia ofrece la oportunidad de crear sistemas locales, nacionales y mundiales más fuertes y resilientes.
“Esta es una catástrofe socialmente construida. Es un desastre sanitario con un impacto humano, social y que ha provocado el colapso de los sistemas de salud pública y las economías globales, nacionales y locales. La pandemia ha puesto en evidencia desigualdades históricas”, asegura Myriam Urzúa, Secretaria Gestión Integral de Riesgo y Protección Civil de la Ciudad de México. “Ha desnudado la precariedad de las políticas públicas”, agrega.
En este sentido, son los más pobres y vulnerables los que más sufren, en cuanto los desastres ponen al desnudo las condiciones de vulnerabilidades preexistentes, lo que subraya la urgencia de aplicar un enfoque preventivo e informado por los riesgos a todas las decisiones y de recuperación a esa crisis y de desarrollo futuro.
Asegura Eugene Zapata, Director Regional de la Red Global de Ciudades Resilientes, que cuando una pandemia golpea a un sistema urbano que arrastra tensiones crónicas que deterioran su estructura se siembra el desastre a las poblaciones más vulnerables. “Tenemos que identificar nuestras vulnerabilidades para hacer las ciudades más resilientes. La gobernanza del COVID-19 es compleja, es una crisis de naturaleza multisectorial con consecuencias en todos los sistemas. Pero lo más importante no es la atención a la crisis sanitaria sino al proceso de recuperación, y el principal problema de la recuperación es la inequidad social”, explica.
“En Santa Fe (Argentina) tenemos un sistema municipal de gestión de riesgo que nos ha permitido articular y vincular a todas las áreas de gobierno, ONG’s, sociedad civil y sector privado, lo que nos ayuda a tomar medidas de respuesta rápidas y eficientes”, explica Cintia Gauna Directora de Gestión del Riesgo de Santa Fe. “La pandemia ha resaltado problemas que ya teníamos identificados pero que no terminábamos de resolver. Las estrategias puestas en práctica durante esta crisis son resultado de un proceso más complejo realizado antes”, dice por su parte Agustín Botteron, Director de Resiliencia de esta ciudad argentina. Eso resalta que trabajar de forma permanente en la gobernanza del riesgo, tal como indica la segunda prioridad del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres (2015-2030), da frutos en momentos de crisis como estos.
Los panelistas coincidieron en que el proceso urbano de recuperación post-pandemia debe incorporar opciones centradas en el desarrollo sostenible informado por el riesgo. Esta transformación, además, requiere que los gobiernos locales cuenten con un enfoque intersectorial y de múltiples escalas que permita integrar diversos actores, incluyendo el sector privado y los grupos comunitarios, con el fin de formular respuestas integrales que adopten políticas inclusivas que promuevan, a su vez, ciudades más seguras, sostenibles, y resilientes.
“Si aprendemos de este momento y aplicamos enfoques de prevención a largo plazo y de reducción de riesgos ahora y en el futuro, no sólo estaremos mejor preparados y ayudaremos a salvar vidas, sino que también evitaremos crisis futuras y nos encaminaremos hacia el desarrollo sostenible y una mayor capacidad de recuperación”, concluye Mami Mizutori.